Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi, cruzo la desmedida realidad de febrero por verte, el mundo transitorio que me ofrece un asiento de atrás, su refugiada bóveda de sueños, luces intermitentes como conversaciones, letreros encendidos en la brisa, que no son el destino, pero que están escritos encima de nosotros. Ya sé que tus palabras no tendrán ese tono lujoso, que los aires inquietos de tu pelo guardarán la nostalgia artificial del sótano sin luz donde me esperas, y que, por fin, mañana al despertarte, entre olvidos a medias y detalles sacados de contexto, tendrás piedad o miedo de ti misma, vergüenza o dignidad, incertidumbre y acaso el lujurioso malestar, el golpe que nos dejan las historias contadas una noche de insomnio. Pero también sabemos que sería peor y más costoso llevárselas a casa, no esconder su cadáver en el humo de un bar. Yo vengo sin idiomas desde mi soledad, y sin idiomas voy hacia la tu...